9 de octubre de 2017

Jesuitas en la gdp

Jesuitas en la gdp

Revisando el libro "Jesuitas en Campaña, cuatro siglos al servicio de la historia" escrito por el padre español José Angel Delgado Iribarren, y publicado en Madrid en 1956.

Este libro nos relata la labor de los integrantes de "la Compañía de Jesús" en sus diversas actividades durante circunstancias bélicas alrededor del mundo. 

Recordar que los jesuitas fueron expulsados del Perú en 1767 en la época del Virreynato, y fueron autorizados a volver al país recién en 1871.

Por decreto-ley del 18 de mayo de 1878 se estableció la "Escuela Normal de Varones", así nació el Colegio de la Inmaculada, con sólo 3 Jesuitas, en 1879 llegaron 7 Jesuitas más de Europa y en 1880 los 9 jesuitas en Huánuco decidieron ir a Lima.


Después de la guerra, en 1886, debido a la publicación del libro "Historia del Perú" por el P. Ricardo Cappa, los Jesuitas fueron expulsados del Perú, por segunda vez en la historia., pero en 1888, regresaron nuevamente y reabrieron el colegio.

Volviendo al libro, el autor dedica unos párrafos al conflicto de la guerra del Pacífico, párrafos que transcribiré a continuación:

"ENTRE LAS REPÚBLICAS SUDAMERICANAS

Muchas toneladas de papel se han gastado ya en el relato y enjuiciamiento de la Guerra del Pacífico (1879-1883). Fue un largo y complicado pleito entre chilenos y bolivianos sobre la explotación de la inmensa zona salitrera situada entre ambos. Perú no quiso permanecer neutral pensando que Chile avanzaba agresivo y conquistador.

Se declaró la guerra a poco de instalarse los jesuitas en el nuevo Colegio de la Inmaculada (Lima). Desde el principio lo ofrecieron para hospital, y a ellos mismos como capellanes. El Padre Ricardo Cappa, por ejemplo, fue capellán en la tercera ambulancia en Arica y Tacna, nombres que responden a las de dos batallas.

El Padre Cappa fue oficial de la Marina de guerra española y estuvo en El Callao cuando la gesta de Méndez Núñez. Estando ese Padre en Tacna trabó amistad con un coronel del ejército boliviano, quien le dijo un día con confianza:
— Ustedes los españoles sólo enseñaron a los americanos a hacer la señal de la cruz.
—No fue poco —respondió el Padre.

«Confieso —escribe el oficial— que mi admiración subió de punto cuando a solas recapacité lo que había oído.»

El Padre Antonio Salazar se estableció en Iquique, puerto salitrero que presenció el combate del mismo nombre; y el Padre Francisco Fernández, en Alto Molle, tres leguas y media hacia el interior.

Buendía, general peruano, antiguo alumno del Colegio de Vergara, se mostró muy deferente con sus antiguos maestros; pero no parece que fuera esto lo más frecuente, por unas líneas que leemos del Padre Arteche: «La conducta de los jefes, de las cuales muy pocos se confesaron, causaba indignación.»

La guerra fue una desilusión para los peruanos. La superioridad chilena se manifestó por mar y por tierra, y hubo que prepararse para la inmolación heroica.

El presidente Prado se embarcó para Europa, diciendo que quería adquirir personalmente armamento moderno. Vino la dictadura de Piérola, que no pudo evitar el desembarco de los chilenos en unas playas desiertas.

En Lima se prepararon para la última batalla. Todos sus hombres, desde los dieciséis a los sesenta años, fueron llamados a filas: empleados, estudiantes, comerciantes, periodistas, que formaron nuevos regimientos, distribuidos por profesiones. De las alturas andinas descendieron mocetones cobrizos y robustos, pero que tenían tan poca idea de la guerra,que decían ser «una revolución del general Chile contra el general Perú.»

En los veinte días que las tropas peruanas estuvieron en posición, fueron los Padres en busca de los batallones que todavía no se habían confesado. Tenían que andar legua y media en tren y otro tanto a pie, cubiertos de polvo y bajo un sol de verano, y llevando en el bolsillo algo de comer al mediodía, «pues generalmente los jefes ni rancho les ofrecían».

Los desastres de Chorrillos y Miraflores, el 13 y el 15 de enero, respectivamente, hicieron inevitable la entrada del enemigo en Lima; y tal vez la hubieran asolado, como a la villa de Miraflores y a la de Barranco,si no hubieran intercedido a su favor los almirantes de las escuadras extranjeras y el cuerpo diplomático. En El Callao los fuertes fueron destruidos, y los pocos buques que quedaban incendiados. 

Los jesuitas de la capital guardaron un respetuoso silencio ante la derrota. Se ofrecieron a trabajar con los heridos y prisioneros, de los que había ya muchos en la isla de S. Cristóbal. «Una vez confesados, ya no vuelven a pecar, a lo menos mortalmente» —dice el Padre Arteche—, por lo que confía que unos 6.000 que murieron en Chorrillos irían al cielo. 

El mismo Padre nos asegura que los jesuitas fueron los únicos que acompañaron al ejército peruano durante sus durísimas campañas. Lo cual no impidió el que tres años más tarde de la firma de Ancón (1883) fueran expulsados de su patria..."

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Saludos
Jonatan Saona

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